Después de la tormenta, no viene la calma
Por Misael Vargas
Después de que ocurre un siniestro de gran magnitud y deja graves consecuencias, se puede apreciar en gran manera la solidaridad con la que actúan los habitantes para apoyar a una buena causa.
A pesar de que el apoyo llega a ser basto, tanto en víveres como en ayuda física, se da en los primeros días con mayor afluencia, y en medida de que se logra un avance la ayuda va decayendo hasta que todo vuelve a la normalidad.
Sin embargo, esta normalidad no es del todo “normal”, valga la redundancia, pues al haber ayudado a la gente con víveres temporales, refugios temporales y atención médica temporal, en eso queda precisamente, siendo solo algo temporal y que tarde o temprano aquellas personas que recibieron ayuda en determinado momento, tendrán que volver a la realidad y enfrentar un mayor problema.
Y este gran problema es el “abrir los ojos” y darse cuenta que ahora tendrán que sumar esfuerzos solos para volver a construir su patrimonio, tratar de superar una pérdida si es que así sucedió y buscar constantemente seguridad emocional y física, porque claro que en medio de todo el desastre es imposible guardar completamente la calma y tomar el asunto como si fuera algo fácil de superar.
Es aquí entonces en donde se debe ver reflejado, aún, el apoyo de toda esa gente que lo hizo desde el inicio, para demostrarle a todas las personas que perdieron algo o a alguien, que no estarán solos hasta que se encuentren anímicamente estables o lo suficiente para “dar el siguiente paso”, demostrarnos a nosotros mismos que no olvidamos tan rápido y que sobre todo aprendemos de lo que nos sucede.
Entonces sí, está bien que el apoyo hasta llegue ser excesivo en el instante que ocurre una tragedia, pero hay que tener en mente siempre que “lo peor no es la tormenta, sino lo que viene después de ella”.
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